Hermenéutica y transculturalidad: Propuesta conceptual para una deconstrucción del "multiculturalismo" como ideología
Hermenéutica y transculturalidad:
Propuesta conceptual para una deconstrucción del “multiculturalismo” como
ideología
“Lo que hace que yo sea
yo, y no otro, es ese estar en las lindes de dos países, de dos o tres idiomas,
de varias tradiciones culturales. Es eso justamente lo que define mi identidad.
¿Sería caso más sincero si amputara de mí una parte de lo que soy?”
Amin Maalouf
Arjun Appadurai alude a una
“modernidad desbordada”, a un “mundo poselectrónico” donde la proliferación
planetaria de los flujos migratorios e informáticos comporta una alteración muy
profunda del imaginario moderno sobre las relaciones con uno mismo, con los
demás y con el mundo. Para este autor, el “ahora global” se corresponde, en
suma, con la gran ruptura que representa el despliegue –en los mismos términos
del “desarraigo” vattimiano de un nuevo orden de inestabilidad en el proceso de
formación de las subjetividades modernas, dentro de «un espacio de disputas y
negociaciones simbólicas mediante el que los individuos y los grupos buscan
anexar lo global a sus propias prácticas de lo moderno». Todo esto genera
identidades inestables, fragmentarias y complejas que hacen del “sí mismo” un
incesante viaje, un continuo tránsito “en” y “a través” del otro. Es el nuevo
modo de desarrollo del tradicional dominio del hombre blanco occidental sobre
la población del resto del planeta.
Vidal Jiménez habla del concepto
de “multiculturalismo”, desde un sentido básicamente reactivo y segregacionista
cada vez más generalizado, connota, en la mayor parte de las ocasiones, una
reivindicación interesada de la diversidad cultural que banaliza, mercantiliza
y exotiza las diferencias como base estratégica, y bien económicamente “útil” y
“transferible”, de ese “capitalismo global informacional” descrito por Manuel
Castells.
Vidal Jiménez percibe el “multiculturalismo”
como un nuevo modo de desarrollo del tradicional dominio del hombre blanco
occidental sobre la población del resto del planeta. Es decir, lo entronca con
ese “racismo en las cúpulas” del que hacen gala hoy día las grandes
corporaciones, el mundo académico y los medios de comunicación, en general,
para fabricar -de manera siempre culturalmente negociada, y desde el vacío
discurso liberal de la “tolerancia”- esa “discriminación estructurada” que, en
el plano de nuestra existencia cotidiana, se asienta sobre esas líneas duras de
segmentación que Teun A. van Dijk describe como etnicismo: «el sistema de
predominio de un grupo étnico que se basa en la categorización mediante
criterios culturales, la diferenciación y la exclusión, entre los que se
encuentra el lenguaje, la religión, las costumbres o las concepciones del
mundo».
Ese “multiculturalismo” en el
que, como recuerda Graciano González, «muchos ven la sombra alargada de la
mentalidad occidental». opera oprimiendo al “otro”, obligándolo a adecuar su
comportamiento y auto-imagen a los binarismos simplificadores impuestos por el
orden práctico-discursivo hegemónico desde el que se auto-reproduce la
totalidad del sistema. «Los grupos dominantes –argumenta Charles Taylor-
tienden a afirmar su hegemonía inculcando una imagen de inferioridad a los
subyugados»
Vidal Jiménez, concretando aún
más, antes de hacer algunas propuestas sobre ese relato mediador de la unicidad
global y la diferencia local que deberíamos “entre”-tejer hermenéutica y
trasnculturalmente desde una noción compleja e inestable de las identidades,
conviene aceptar que nos enfrentamos a un multiculturalismo-mosaico,
fuertemente jerarquizado positiva y negativamente, o sea, antropofágica
(incluyendo) y antropoémicamente (excluyendo) a la vez, cuyo creciente alcance
transnacional se corresponde con la racialización, minorización y tribalización
de unas “diferencias” sometidas al absoluto control autorregulador del
Capitalismo Global.
Puntualizando, así como es
imposible imaginarse a los hombres viviendo en un principio aislados para sólo
después constituir la sociedad, tampoco se puede concebir una cultura y sin
ninguna relación con las demás culturas: la identidad nace de la (toma de
conciencia de la) diferencia; además, una cultura no evoluciona si no es a
través de los contactos: lo intercultural es constitutivo de lo cultural». Así pues,
habría que sustituir el sustantivo “cultura” por el adjetivo “cultural” para
reforzar esa dimensión relacional que atañe a las diferencias, los contrastes y
las comparaciones. Entendida no tanto como una sustancia, sino como una
dimensión contextualizada, esto es, emplazada, de los fenómenos humanos
–prácticas sociales, distinciones, concepciones, objetos, ideologías, etc.-
esta adjetivación nos subraya «la idea de una diferencia situada, es decir, una
diferencia con relación a algo local, que tomó cuerpo en un lugar determinado
donde adquirió ciertos significados».
Desde nuevas herramientas
conceptuales, es posible asumir un pensamiento auténticamente transcultural
coherente con el desarrollo actual del paradigma hermenéutico, no como mera
moda intelectual, sino como ese nuevo lenguaje común, como esa “koiné” antiobjetivista,
anti-esencialista y anti-estructuralista que Vattimo identifica con la
interpretación, no como una mera observación hecha por un observador “neutral”,
sino como «un evento dialógico en el cual los interlocutores se ponen en juego
por igual y del cual salen modificados; se comprenden en la medida en que son
comprendidos dentro de un horizonte tercero, del cual no disponen, sino en el
cual y por el cual son dispuestos».
La nueva transculturalidad
alternativa al multiculturalismo de la segregación que Vidal Jimenez ha venido
“interpretando” de forma crítica debe hacer valer, ante todo, el diálogo como
único posible lugar, no de una “Verdad Absoluta”, sino de un “conocimiento
verdadero” –autocomprensivo y heterocomprensivo- relativo en cuanto referido a
la contingencia de la interpretación como apertura al “otro”, y objetivo, en
cuanto no sometido a las exigencias de un “sujeto” metafísico omnipresente,
sino abierto a la complementariedad cooperativa de los puntos de vista
espacial, temporal y simbólicamente emplazados. Esa comunidad en la
discontinuidad a la que apunta la “fusión de horizontes” gadameriana debe
servir también hoy día para trabajar, de manera conjunta, en una visión
compleja, múltiple, cambiante y heterogénea de la identidad.
En la misma medida en que somos y
emergemos “en” el lenguaje como expresión de nuestra radical finitud emplazante
y reemplazante, sólo nos conocemos y nos descubrimos a nosotros mismos
conociendo y descubriendo al “otro”. Es por ello que deberíamos esforzarnos en
estimar la dimensión moral que la “transculturalidad” (o la
“interculturalidad”, hechas las pertinentes aclaraciones conceptuales) puede
adoptar al mismo tiempo que aceptemos un nuevo modelo de “subjetividad”
entendida en clave nómada y migrante de “extranjería”. En ruptura productiva
con nosotros mismos, quizá deberíamos de partir de la vivencia del
“extrañamiento” en nuestro propio interior como “seres arrojados” a un mundo
que nos precede, desborda y excede en su misma contingencia. Se trata, pues,
del «reconocimiento de que ningún individuo, ni ninguna cultura, pueden hacerse
por sí mismos. Todos necesitamos pasar por los demás para poder decirnos y
hacernos». Esa presencia de lo “otro” en mí mismo, como expresión del
específico extrañamiento, de la peculiar rareza que rodea la vida humana como
“ser ahí”, engarza, por consiguiente, con esas subjetividades intersectantes e
intercesoras de las que se ocupan Silva y Browne apoyándose en Bhabha, lo cual
es también congruente con la función mediadora, moderadora y reconciliadora que
Maalouf también asigna a la “personalidad fronteriza” del migrante.
Concluyendo, Vidal Jiménez
establece que cuando este pensamiento transcultural alcance semejante nivel
ético-político, estaremos ante la posibilidad de concebir, de construir
colectivamente ese “otro” “multiculturalismo crítico” que García Canclini
rescata de la obra de Peter McLaren en el marco de esa concepción relacional,
mestiza y fronteriza de las identidades culturales. La transculturalidad, tal y
como la he esbozado aquí, podría convertirse, en resumidas cuentas, en un
auténtico instrumento de “resistencia multicultural” frente a los diagramas
normalizadores del Capitalismo Total Imperial. Y, por lo mismo, podría llegar a
ser el principal punto de apoyo desde el que implementar esa narrativa
mediadora entre la exaltación dominadora, excluyente y explotadora de la
homogeneización global, de una parte, y la respuesta local, generalmente,
reactiva, esencialista y, al fin y al cabo, también excluyente, de otra. En ese
nuevo relato “intercesor” –siempre que anide en una nueva experiencia abierta,
plural y multidireccional de la temporalidad, ajena a la pérdida normalizadora
del referente de futuro de la que se hacen responsables ambos imaginarios sobre
la globalización- la oposición ya no será entre lo global como el dominio
absoluto del Mercado, y lo local como la defensa de esas diferencias atrincherada
en sí mismas que la propia lógica totalizante del sistema contribuye a crear.
No lo olvidemos, frente al “multiculturalismo” como ideología, en la
“transculturalidad” «la diferencia no se manifiesta como compartimentación de
culturas separadas, sino como interlocución con aquellos con los que estamos en
conflicto o buscamos alianzas»
“El habla no pertenece
a la esfera del yo, sino a la esfera del nosotros”
Hans-Georg Gadamer
Referencias:
Vidal,
R. (2005). Hermenéutica y transculturalidad. Propuesta conceptual para una deconstrucción del “multiculturalismo” como ideología.
Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y
Jurídicas, (12).
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