La educación para un México intercultural
La educación para un México
intercultural
Probablemente, México sea el país
más diverso de América. El Catálogo Nacional de Lenguas Indígenas, elaborado
por el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI, 2005), reporta la
existencia de 68 grupos etnolingüísticos pertenecientes a once familias
lingüísticas que hablan 364 variantes dialectales de esas 68 lenguas. Esta
diversidad representa, sin duda, una gran riqueza que el país ya reconoce, pues
en el artículo 2° de la Constitución se estipula que “la Nación tiene una
composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas”
(Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión, 2008).
A pesar de este reconocimiento, los
indígenas en nuestro país viven, en una amplia mayoría (80%), en condiciones de
pobreza y este porcentaje no disminuye con los años (Hall & Patrinos,
2005). La pobreza se refleja en todos los indicadores de desarrollo económico y
social, incluyendo los educativos, ya que los indígenas son los que menos
acceden a la escuela y los niños indígenas son también los que más desertan. El
INEE también ha documentado la desigualdad en materia de aprendizaje.
Esta desigualdad es histórica. El
dato más revelador acerca de cómo en la historia el sistema educativo ha sido
inequitativo respecto de la población indígena es el índice de analfabetismo,
que se refiere a la población de quince años y más.
México no puede definirse, como
lo ha hecho a partir de 1992, en función de su diversidad cultural cuando estas
enormes desigualdades que nos dibujan un escenario de enorme injusticia en lo
que concierne a los pueblos indígenas no vayan siendo combatidas. Esto es un
proyecto de país e implica a todos los sectores y agencias e instituciones de
la sociedad. La educación contribuye a ello, y hacerlo significa mejorar la
cobertura y la calidad con pertinencia cultural y lingüística de la educación
destinada a los pueblos indígenas.
Definirnos como país
pluricultural significa, entre otros aspectos, hacernos cargo del
fortalecimiento de las lenguas y las culturas que nos hacen ser diversos, pero
también implica una educación que, frente a toda la población, trabaje el
conocimiento, la valoración y el aprecio de la diversidad cultural; que combata
el racismo que está en la base de las enormes injusticias y que vaya
permitiendo construir una sociedad en la que las asimetrías sociales y
económicas entre población indígena y no indígena se vayan desarmando y las
relaciones entre los miembros de las diferentes culturas se puedan ir dando
desde posiciones de igualdad, se fundamenten en el respeto y resulten
mutuamente enriquecedoras.
Cabe señalar que el concepto de
pluriculturalidad no resulta totalmente satisfactorio. Se trata de un concepto
descriptivo. Nos dice que en un determinado territorio coexisten grupos con
culturas distintas, pero el concep[1]to
no atañe a la relación entre las culturas. No califica esta relación, y al no
hacerlo, admite relaciones de explotación, discriminación y racismo. En efecto,
es posible ser multiculturales y racistas. De hecho, lo somos.
Por eso acudimos al concepto de
interculturalidad. No se trata de un concepto descriptivo, sino de una
aspiración. Se refiere a la relación entre las culturas y la califica. La
interculturalidad supone que entre los grupos culturales distintos existen
vínculos basados en el respeto y desde planos de igualdad. La interculturalidad
no admite asimetrías, es decir, desigualdades entre culturas mediadas por el
poder, que benefician a un grupo cultural por encima de otro u otros. Como
aspiración, la interculturalidad es parte de un proyecto de nación, pero
pareciera que esta es una labor demasiado compleja.
México es un país racista. El
racismo en México es difícil de enfrentar, porque se encuentra naturalizado, no
se reconoce como tal. De ahí la importancia de hablar de la necesidad de educar
a todos, y no sólo a los miembros de las culturas minoritarias, en
interculturalidad.
La educación debe contribuir –y
puede hacerlo de manera privilegiada– a la construcción de una nación
intercultural.
Decíamos que la
interculturalidad, como concepto, no admite asimetrías. Asimetrías hay muchas:
económicas, políticas y sociales. Todas ellas deben ser combatidas, pero como
educadores nos corresponde combatir de modo directo las asimetrías propiamente
educativas, que también existen.
Dos son las asimetrías educativas
que es necesario combatir. La primera es la escolar, que conduce a que sean las
poblaciones indígenas las que menor acceso tienen a la escuela, las que
transitan con mayores dificultades por ella, las que más desertan y las que
menos progresan de nivel a nivel. Más grave aún, la asimetría escolar nos
explica por qué los indígenas aprenden menos de la escuela, y por qué aquello
que aprenden les sirve menos para su vida actual y futura.
La asimetría escolar se combate
ofreciendo una educación de calidad a los indígenas en todos los niveles
educativos, desde el preescolar hasta la universidad. Calidad significa ofrecer
una educación cultural y lingüísticamente pertinente. Desde el paradigma de la
diversidad, la calidad debe alcanzarse por los caminos más adecuados, que
difieren según los grupos culturales y contextos poblacionales.
La segunda asimetría educativa es
la valorativa, que nos ayuda a explicar por qué hay un grupo cultural
mayoritario que se considera superior, culturalmente, a los demás. Mediante el
mecanismo del racismo introyectado, nos explica también por qué los grupos
minoritarios, en ocasiones, y sobre todo en situaciones de relación con los
mestizos, se consideran a ellos mismos como inferiores. No permite que las
relaciones entre grupos culturales distintos se den desde planos de igualdad.
Esta asimetría debe combatirse con los grupos
indígenas persiguiendo y obteniendo, como fruto de la educación básica, el
orgullo de la propia identidad, pero es evidente que el origen de esta
asimetría, de la discriminación y el racismo que ella implica, se encuentra en
la población mestiza. Por eso, la educación intercultural tiene que ser para
toda la población. Si no es para todos, no es intercultural.
La asimetría valorativa con
población mestiza debe combatirse enfrentando el racismo. Esto no puede hacerse
de manera directa, pues el mexicano no se reconoce a sí mismo como racista.
Para lograrlo, es necesario que todos los mexicanos conozcan la riqueza
cultural de su país diverso, a través del currículo de todos niveles educativos
y, de manera muy especial, del de educación básica
Para lograr lo anterior, es
indispensable que los maestros indígenas estén profesionalmente formados en el
conocimiento de su cultura, el dominio de su lengua, la enseñanza del español o
de la lengua indígena como segunda lengua, y que ellos también posean orgullo
de su propia identidad.
“El racismo
tiene tres opuestos: la tolerancia, el respeto y el aprecio”.
Referencias:
Schmelkes, S. (2013). Educación para un México
intercultural. Revista Electrónica Sinéctica,
(40), 1-12.
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